LA FUERZA DE MAYÚ
Había una vez una tribu que vivía en la selva africana llamada “Los Yogui”. Una de las familias de la tribu tenía un niño que se llamaba Mayú. Vivía feliz con sus padres rodeado de todo lo que le gustaba: los árboles, las flores, los animales, sus amigos…
Su abuelo era el jefe de la tribu de “Los Yogui” y Mayú era su único nieto, así que decidió regalarle el día de su cumpleaños tres amuletos para que le protegieran a lo largo de su vida. Uno de ellos era un diente de cocodrilo que consiguió su abuelo después de luchar contra él y ganarle la batalla, otro era una pluma que le quitó al águila que cazó para poder comer y el último, y el que más le costó arrancar, fue una garra de león.
Mayú estaba muy contento con sus amuletos, pensó en buscar algo para atárselos al cuello. Decidió ir a pasear por la selva para ver si encontraba un junco, y así fue, lo arrancó y se lo llevó a su cabaña. Se sentó en su cama y se colgó los amuletos. Mientras su madre hacía la cena y esperaban que regresara su padre de trabajar, Mayú le enseñaba cómo había quedado su collar. ¡Era precioso!
Charlaban animadamente cuando el viento comenzó a soplar muy muy fuerte haciendo ruidos que le daban miedo a Mayú. Su madre le tranquilizaba, le acariciaba la cabeza, le abrazaba y de pronto… ¡un trueno fortísimo sonó fuera! Empezó a llover y llover, le dio tanto miedo que se escondió debajo de su cama, se tapó con su manta y empezó a pintar en su tabla de madera para tranquilizarse.
La tormenta no paraba, cada vez era más fuerte. De repente, ¡un rayó cayó en su cabaña! Mayú tenía mucho miedo y estaba muy asustado, no sabía qué hacer y cogió lo primero que se le cruzó en su camino, una cuerda, junto con su manta y su tabla de madera para salir corriendo hacia la selva.
Deambuló durante toda la noche, perdido y cansado se quedó dormido al cobijo de un árbol gigante. A la mañana siguiente le despertaron unas risas, alguien le estaba haciendo cosquillas en los pies. Tres niños que no eran de su tribu pero se parecían a él, jugaban a despertarle.
- ¿Quién eres?- preguntó uno de los niños llamado Urco.
- Soy Mayú, de la tribu de los Yoguis.
- ¿Y qué haces aquí?- preguntó Xilo.
- Me he perdido, ayer una tormenta me asustó tanto que salí corriendo de mi cabaña.
- ¿Quieres venir con nosotros a nuestra tribu?- preguntó el más pequeño, llamado Fami.
- ¡Sí! Tengo hambre. ¿Qué tribu sois?
- Nosotros tres somos hermanos, pertenecemos a la tribu de “Los Baroro” y nuestro padre es el jefe. -dijo Urco.
- ¡Pues vamos Mayú! No perdamos tiempo- gritó Xilo.
Caminaron por la selva hacia el río mientras cantaban y saltaban. Cuando vieron sus cabañas, Fami salió corriendo para contarle a su padre que venía Mayú a vivir con ellos. El jefe les fue a recibir, tenía curiosidad por conocer a Mayú, el nuevo amigo de sus hijos, que con el tiempo pasaría a convertirse en un hermano más.
Toda la tribu le dio la bienvenida y le prepararon una gran fiesta con juegos, comida, música y baile.
El tiempo iba pasando y Mayú crecía junto a sus hermanos Urco, Xilo y Fami. Se llevaban bien, se divertían juntos, nadaban en el rio, llevaban flores a las chicas y vivían felices.
Un día de primavera, el padre y jefe de los Baroro enfermó. Reunió a sus cuatro hijos y les dijo:
- Hijos míos, yo no puedo seguir siendo el jefe y como no soy capaz de decidir cuál de vosotros debería ser, haréis tres pruebas que decidirán quién será el nuevo jefe. Mañana al amanecer sabréis cuales serán. ¡Suerte a los cuatro!
Los hermanos se fueron a descansar, mañana les esperaba un día duro.
Al amanecer todo estaba listo. La primera prueba consistía en hacer una cabaña lo más cómoda posible para el cobijo de una persona. Los cuatro empezaron cortando ramas y colocándolas en forma de pirámide. Las cuatro cabañas quedaron exactamente iguales, pero a Mayú se le ocurrió una idea, corrió y volvió con su manta. La colocó en el suelo de su cabaña para hacerla más cómoda y poder dormir a gusto.
Los Baroro decidieron que la prueba la había ganado Mayú. Urco, Xilo y Fami se quedaron tristes pero con ganas de ganar en la segunda.
La segunda prueba consistía en dibujar en la tierra los caminos que llevan al río. Los cuatro lo hicieron muy bien, pero un golpe de viento levantó la arena y borró sus dibujos. Iban a suspender esa prueba pero Mayú gritó:
- ¡Un momento! ¡Tengo la solución y nunca se borrará!
Fue a por su tabla de madera y con un palo del fuego de las brasas dibujó en ella los caminos hacía el río. La tribu aplaudió con fuerza y volvió a ganar. Urco, Xilo y Fami estaban muy sorprendidos por lo que se le había ocurrido a su hermano.
La tercera y última prueba consistía en trepar un árbol y volver a bajar, el más rápido ganaría. Antes de comenzar la prueba, Mayú pidió permiso para ir a por uno de sus objetos. Cuando estaban los cuatro preparados y al grito de ¡ahora!, comenzaron a trepar cada uno en un árbol. Cuando llegaron arriba, Urco, Xilo y Fami comenzaron a bajar por el tronco con cuidado, mientras que Mayú, ató su cuerda a una rama y se deslizo por ella. Llegó el primero.
Recibió un gran aplauso por parte de toda la tribu Baroro, el jefe le proclamó nuevo jefe de la tribu. Mayú estaba muy contento pero no se olvidó de sus hermanos.
- Urco, acércate. Eres un gran hermano para mí, y por eso quiero entregarte uno de mis amuletos: el diente de cocodrilo, porque representa tu fuerza y tu rapidez nadando.
- Gracias hermano Mayú.- dijo Urco.
- Xilo, acércate. Eres un gran hermano para mí, y por eso quiero entregarte otro de mis amuletos: la garra del león, porque representa tu valentía.
- Gracias hermano Mayú.- dijo Xilo.
- Fami, acércate. Eres un gran hermano para mí, y por eso quiero entregarte el último de mis amuletos: la pluma de águila, porque representa tu agilidad y tu rapidez cuando corres.
- Gracias hermano Mayú.- dijo Fami.
- Me comprometo a ser un buen jefe para todos.- dijo Mayú.
La tribu de los Baroro ya tenía un nuevo jefe que por primera vez provenía de otra tribu, los Yogui.
Muy bien.
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